Este material ya le ha costado la vida a un millón de aves, ha matado a cientos de miles de mamíferos y ha colonizado nuestro intestino.
Una familia de albatros comiendo bolsas y envoltorios de alimentos humanos. Los cadáveres de decenas de aves llenos de tapones de botellas. Un cachalote muerto en una playa de Murcia tras haber ingerido hasta 29 kilos de plástico y, en la otra punta del planeta, en la isla de Célebes (Indonesia), una ballena con más de mil objetos en su interior —chanclas, vasos y botellas entre ellos—. Son imágenes que se repiten cada poco tiempo y que dejan un rastro de muerte: según las estimaciones de las Naciones Unidas (ONU), estos desechos le han costado la vida a un millón de aves y a 100.000 mamíferos.
El océano Pacífico es el más perjudicado. Allí flota una isla de basura que, según un estudio publicado en la revista Nature, tiene casi tres veces la superficie de Francia. Y podría triplicar su tamaño en la próxima década, apunta la investigación The future of the sea, que denuncia la “ceguera marítima” de la humanidad. Como reflejaba la viral portada de la revista Time de junio de 2018, “lo que vemos es solo la punta del iceberg, en torno a un 15% de todo lo que hay. La mayor parte está en el fondo”, asegura García. Y estará allí mucho tiempo. Dependiendo del tipo de plástico, “puede tardar entre decenas y cientos de años en degradarse”, asegura García. El tiempo para una botella, por ejemplo, puede rondar el medio milenio.